(Em castelhano)
LOS 50.000 JUDÍOS SALVADOS POR FRANCO
''Franco me parece un judío que no tiene reparos en hacer negocios con los valores más sagrados para la humanidad''. Adolf Hitler
Estábamos con Uriel Macías, con quien nos habíamos citado a través de la Embajada israelí. Uriel nos comentaba: ''Se ha exagerado o minusvalorado mucho la ayuda de franco a los judíos, tanto a favor como en contra. Un cálculo realista serían unos cuarenta y dos mil, pero de éstos sólo quedaron aquí cinco mil. El resto estaban en tránsito hacia otros destinos: Portugal, Sudamérica''. Era una opinión a tener muy en cuenta, no en vano Uriel es un historiador que ha escrito varios libros en los que tocaba este tema. A lo largo de casi dos horas de entrevista pudimos plantearle nuestras dudas sobre la actitud de Franco hacía los judíos en la II Guerra Mundial.
Lo cierto es que Franco jamás dejó anotado nada al respecto, e incluso sus comentarios a los más allegados son contados, por no decir nulos. Probablemente, una de las únicas peroratas antijudías que se le conocen es la que dio el día de fin de año de 1939: ''Ahora comprenderéis los motivos que han llevado a distintas naciones a combatir y alejar de sus actividades a aquellas razas en que la codicia y el interés es el estigma que las caracteriza, ya que su predominio en la sociedad es causa de perturbación y peligro para el logro de su destino histórico. Nosotros que por gracia de Dios y la clara visión de los Reyes católicos hace siglos nos liberamos de tan pesada carga, no podemos permanecer indiferentes''.
Como bien dijo la Embajada británica esas palabras ''no reflejan su postura ideológica'', sino que eran ''producto de la inspiración de Berlín''. Efectivamente hay que tener en cuenta que había comenzado la II Guerra Mundial hacía unos pocos meses, las victorias de los nazis parecían imparables y la presión de Hitler sobre Franco para romper la neutralidad española iba en aumento. Sin embargo, la actitud camaleónica que siempre caracterizó a Franco hacía que nadie conociera su intención real; y es que hay que reconocer, que si algo sabía hacer bien, era ejercer de gallego.
Hitler intuía esa ambigüedad en Franco, y unos días antes de que se encontraran en la célebre cita de la estación de Hendaya, el canciller nazi ya deslizó un comentario al conde Ciano, mano derecha de Mussolini y ministro fascista de Asuntos Exteriores, acerca de cómo veía la política del Caudillo: ''La de un judío que no tiene reparos en hacer negocios con los valores más sagrados para la humanidad''. Esa opinión estaba influenciada por un tremendo informe que Reinhard Heydrich, el cerebro policíaco de Hitler, había elaborado para buscar antecedentes judíos en el árbol genealógico del Generalísimo. Al parecer ellos sí habían encontrado las pruebas que demostraban dicho origen judío, pero esos documentos se destruyeron o bien se desaparecieron en el incendio de la Cancillería, día antes del hundimiento final en el búnker de Berlín, en 1945.
Mientras tanto, y con su parsimonia habitual, Franco dejó hacer a sus diplomáticos. Sebastián Romero Radrigales salvó, durante la ocupación nazi de Grecia, a multitud de sefarditas, jugándose incluso la piel en numerosos enfrentamientos con oficiales de las SS. Años después, en agradecimiento, los judíos escribieron la siguiente carta al gobierno español: ''El Sr. Romero ha sido para nosotros un padre, un guía seguro, un prudente consejero y, cuando ha hecho falta, un defensor lleno de dignidad y energía. [...> Los sefarditas de Grecia transmitirán a sus descendientes, como patrimonio precioso al narrar esta época de angustia, el recuerdo del magnífico esfuerzo realizado por nuestro ministro en Atenas, Sr. Romero''.
Era necesario consultar los documentos originales que aún quedaran sobre el tema en el Ministerio de Asuntos Exteriores. Hay que agradecer la eficiente organización de su archivo y, en concreto, a la jefa de sala, Pilar Casado Liso, su experta colaboración y amable atención en todos los problemos que nos fueron surgiendo. Habíamos pedido las cajas R-1716 y R-2182. Cuando nos quisimos dar cuenta teníamos ante nosotros una montaña de documentos oficiales emitidos entre los años 1938 y 1944 aproximadamente. La historia que rezumaban esos manoseados papeles con sellos originales provenientes de diversos sitios de toda Europa (París, Berlín, Budapest, Atenas, etc.) era impresionante.
Entre los comunicados de las diferentes embajadas destacaban las historias personales de Sainz Briz en Budapest, que entrega pasaportes y salvaconductos españoles a unos treinta mil judíos húngaros, y de José Rojas y Moreno al frente de la embajada en Bucarest. En esta última legación se dieron momentos de gran tensión porque, como decía el propio embajador español, ''una fuerte corriente antisemita que de día en día compruebo desencadenarse en este país, por lo que temo se encuentre en breve altamente comprometida la situación de la colonia sefardita española [...> pudiendo decirse que la política de persecución judía se ha puesto de moda y acapara la atención del público y la prensa''.
La situación era extremadamente grave, hasta el punto de que ya comenzaban las deportaciones a los campos de concentración, como Bergen-Belsen, etc. En marzo de 1941 se había decretado la expulsión de siete familias españolas de origen judío. Ante ese ultimátum, Rojas pide audiencia al general Antonescu, jefe del Estado rumano, y charla con él por espacio de una hora. Durante el protocolo le entrega una carta en estos términos: ''Enemigo, como Vuestra Excelencia ha podido constatar, de distraer vuestra atención de los capitales problemas que le incumben, me veo en el indeclinable deber de recurrir a vuestra autoridad por una situación que acaba de crearse por los ciudadanos españoles y que considero grave''. La carta era mucho más extensa y explicaba la situación general del asunto en tales términos que amenazaba casi con romper las buenas relaciones entre España y Rumania si continuaba el acoso a los sefarditas. La respuesta rumana llegó cuarenta y ocho horas más tarde, dando todo tipo de parabienes para la protección de los ''ciudadanos que se demostraran súbditos españoles''. Al final el embajador logró ampliar esa protección a doscientas familias más. En conjunto, casi trescientas viviendas pudieron mostrar en sus puertas un salvador certificado más que curioso: ''Esta casa pertenece a un español''. Esa simple frase, martilleada en los dinteles de algunas viviendas de Bucarest, resultó providencial para quienes tras el nombre de España (sin ser muchos de ellos realmente españoles), salvaron sus vidas in extremis.
Hay que decir que durante la II Guerra Mundial no hubo en España ninguna organización judía reconocida. Aún así, Franco toleró la presencia y actividaddes de Samuel Sequerra como representante del Joint Distribution Committee, una organización que en teoría se dedicaba a ayudar en la fuga y tránsito a través de España a los judíos europeos. A pesar de que desde principios de 1943 uno de los cometidos de la oficina que tenían abierta en Madrid era el de correr con la mayor parte de los gastos y tramitaciones para salvar la vida de los perseguidos, al parecer no ocurría nada de eso. Como ejemplo, no podemos pasar por alto una carta que el director de política del Ministerio de Asuntos Exteriores envió al hermano de Franco, Nicolás:
''[...> los que ya están en campos de concentración. De éstos hay actualmente en España unos doscientos cincuenta, que por cierto han llegado en muy buenas condiciones, gracias a las múltiples gestiones hechas por nuestra embajada en Berlín, para que se les dé un trato humano y considerado. [...> La experiencia demuestra que en el momento de pedir [el Joint Distribution Committee> la ayuda del gobierno español se prometen facilidades de todas las clases, se dice que puede contarse desde luego con visados para Palestina o para países de América, pero cuando se trata de concretar y se solicita ya en firme visados, nunca se acaba de ver terminado el asunto. [...> Tan cierto es esto que en una de las ocasiones en que el embajador de Estados Unidos en Madrid se interesó por este asunto, fue preciso que el señor ministro llamase la atención acerca de ese punto, haciendo ver cómo, cuando se trata de hacer salir un grupo de judíos del centro de Europa, se ofrece todo lo imaginable, y luego, en cuanto han pasado la frontera española y ya se encuentran sobre nuestra tierra, las promesas del American Joint Distribution Committee se olvidan, empiezan las dilaciones, y somos nosotros los que tenemos que cargar con todo lo que se refiere a la continuación de los viajes de estos sefarditas hasta sus respectivos puntos de destino''.
Paradójicamente, esta actitud del gobierno de Franco prueba su buena voluntad para ayudar a los sefarditas españoles, al tiempo que se puede afirmar claramente que la organización estadounidense, supuestamente democrática y libre en su forma de pensar y actuar, es culpable por su probada ineficacia a la hora de facilitar un tránsito rápido a todos los judíos que iban traspasando la frontera española. También hay que decir que en los documentos sobre el tema que hemos encontrado en el Ministerio de Asuntos Exteriores se deja entrever una política claramente obstruccionista y hasta negativa del gobierno británico. Al parecer, y según se desprende de esos antiguos papeles, los ingleses se mostraban poco dispuestos aceptar refugiados en su territorio. Una auténtica vergüenza, si pensamos que en ese momento tanto los Estados Unidos como el Reino Unido estaban luchando contra los nazis para asegurar ''la libertad''.
Por cierto, y como aviso a navegantes e incluso para los trabajadores del lugar, no nos resistimos a contar una ligera anécdota referente a los documentos que pudimos consultar en el ministerio: no todos los documentos sobre este asunto constan en los registros. Bastante documentación ha sido deliberadamente sustraída o ha desaparecido. lo pudimos comprobar, ya que en algunos expedientes faltan informes y documentos reseñados expresamente en portada. En algunos incluso aparecía escrito en rojo ''No prestar''. Es preciso advertir a los próximos investigadores e historiadores que se dejen caer por allí, que en uno de los torreones del palacio de Santa Cruz, en la Oficina de Información Diplomática, se pueden encontrar carpetas y expedientes sobre la actitud de España respecto a los judíos en la II Guerra Mundial. La mayor parte de estos papeles fueron subidos allí en época en que sucedían los hechos y nunca han sido reintegrados al lugar que les corresponde, el Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores. Son documentos desconocidos por el público español, secretos que quizás no hablen excesivamente bien del régimen de Franco o, peor aún, quizás hablen excesivamente mal de la actitud aliada en general.
En cualquier caso, el balance final de la actitud personal de Franco hacia los judíos fue muy positiva, y este hecho coincide con la carta que el rabí Maurice L. Perlzweig, miembro del Congreso Judío Mundial, envió al dictador a través del embajador español en Washington, Juan F. Cardenas, en 1943:
''En nombre del Comité Ejecutivo del Congreso Judío Mundial, me dirijo a Su Excelencia para rogarle tenga la amabilidad de expresar al gobierno español nuestra profunda gratitud por el asilo que España ha concedido a los judíos procedentes de territorios bajo la ocupación militar de Alemania. Comprendemos de sobra las dificultades de la situación, y sabemos el gran esfuerzo que esta guerra representa para la economía española. Estamos doblemente agradecidos por haber concedido permiso a los refugiados para permanecer en España el tiempo necesario hasta encontrar una residencia permanente, problema que podría ser largo y difícil de resolver durante el conflicto.
Los judíos pertenecen a una raza que posee muy buena memoria. No olvidarán facilmente la oportunidad que usted les brindó para poder salvar la vida de miles de hermanos''.
EL LINAJE JUDÍO DE FRANCO
''Cuando el extranjero morase con vosotros en vuestra tierra, no le oprimiréis. Como a un natural de vosotros tendréis al extranjero que more entre vosotros, y lo amarás como a ti mismo; porque extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto'' (Levítico 19, 33-34)
El frío que corría en las postrimerías de aquel diciembre de 1928 se veía compensado por la calurosa acogida con que recibieron al prófugo héroe del Plus Ultra. Para los belgas, Ramón Franco tenía una aureola de romántico rebelde que les fascinaba, por eso su llegada constituyó todo un acontecimiento y el muelle estaba hasta los topes de periodistas y curiosos.
Carmenchu, la desafortunada viuda del aviador, comentó años más tarde una curiosa anécdota: ''Cuando desembarcaron todos, se reunieron con unos amigos en la terraza del bruselense Café Rembrandt , pues de Amberes habían sido llevados a Bruselas, alojándose en el Hotel Terminus. [...> En la terraza, de pronto, se presentó ante Ramón un judío, vestido a la usanza típica, con su abrigo y sombrero negro, su trenza y su barba. El judío empezó a hablar con Ramón, que no entendía una palabra, y la escena comenzó a ser fotografiada. El periodista español Augusto Assiá explicó a Ramón que el judío le hablaba en yídish. Ramón se indignó: su ascendencia sefardí le había puesto de manifiesto, ya que el judío había creído que reconocer reconocer a uno de sus hermanos en el perfil de Ramón, a quien nunca había visto y que no sabía quién era. Sólo faltaba ahora que le relacionaran con el sionismo, causa para la que ya entonces comenzaban a aparecer nubes de tormenta en el horizonte''.
Esta interesantísima situación sirve para sacar a relucir el supuesto origen judío de los Franco. Es un tema que los historiadores siempre han debatido e investigado hasta la saciedad, y que por fortuna a día de hoy ya sabemos la verdad.
Orígenes remotos del apellido ''Franco''
La tarea que habíamos decidido afrontar, no obstante, era ingente. Teníamos que pasar por encima de siglos de ocultamiento y revisar cientos de miles de documentos esparcidos por toda la geografía, agazapados en sitios inverosímiles. Una vez más, el sentido común dictaba sabiamente dejar de lado el incómodo tema, pero la curiosidad y la intuición tiraban por otros derroteros, los mismos que nos dirigieron a la Biblioteca Nacional para comenzar la búsqueda. Partíamos de cero y lo sabíamos, pero la intuición nos decía que alguien como Franco, tan dado al boato y a los tratamientos honoríficos, sin duda habría encargado a alguien que le escribiera un libro para exaltar el rancio abolengo que se le debía suponer a tan ilustre personaje.
Tras varias horas de trabajo, al fin encontramos un punto de partida. En la monumental Enciclopedia heráldica y genealógica hispano-americana, de Alberto y Arturo García Carraffa, concretamente en su tomo 33, se recoge algo sobre el apellido Franco: ''La opinión más admitida entre los genealogistas respecto al origen de este noble y pretérito linaje asegura que procede de Francia y pasó a España en tiempos muy remotos, extendiéndose más tarde por casi toda la Península y pasando a Portugal, Canarias y América. No hemos podido esclarecer (ni creemos que nadie lo consiga, dada la gran antigüedad del apellido), si todas las casas y familias Franco que en España han existido procedieron de un mismo solar y tronco o tuvieron un arranque distinto''.
No era mucho, la verdad, pero la perseverancia terminó dando sus frutos: finalmente encontramos un par de títulos relacionados con los orígenes de la familia del dictador: Hoja de servicios del Caudillo de España, de Esteban Carballo de Cora, y Genealogía de la familia Franco, de Luis Alonso Vidal y Barnola. Nos llamó la atención este último, publicado por las postrimerías del año 1975 y casi en el lecho de muerte del Generalísimo. Daba la sensación de estar escrito a última hora, como siquisiera dejar constancia de algo. Curiosamente, los dos autores no se ponen de acuerdo en el lugar original de nacimiento del apellido Franco, pero los dos insisten de continuo en el ''noble abolengo y pura sangre cristiana del Generalísimo''.
Sobre todo aluden a un caballero francés llamado ricardo, perteneciente al reino de los Francos. Parece ser que este aristócrata, al frente de quinientos hombres, se puso a las órdenes del rey de Aragón, Alfonso el Batallador, en su lucha contra los musulmanes. Tan señalados servicios prestó al monarca, que éste le concedió en 1129, para él y sus sucesores, iguales privilegios que a los vecinos de Jaca y algunas casas en el Burgo de Pamplona. También les hizo ''francos'' (''libres''), es decir, inmunes a toda pecha (tributo o contribución real), pudiendo disfrutar de todos los privilegios de los hidalgos. Esto era importante en la época, ya que la hidalguía permitía la exención del servicio militar, imposibilitaba el encarcelamiento por deudas y hacía que sus propiedades fueran inembargables. Tales privilegios eran concedidos a menudo por los monarcas a todos los que poseyeran grandes fortunas. Además eran títulos hereditarios, siempre que la línea de descendencia fuera legítima. Por si fuera poco, el rey Alfonso les otorgó para su escudo una cruz con cuatro flores de lis. La tradición cuenta que ya habían usado esa cruz en las batallas, con una bandera de fondo blanco, por creerse descendientes de los primeros cristianos que hubo en Francia.
Caballo de Cora, en su libro, obsequia sin dudar al dictador con ese escudo de armas de los Franco aragoneses. Y, curiosamente, ese mismo escudo era el que llevaba su impecable traje blanco Cristóbal Martínez Bordiú, marques de Villaverde, el día que se casó con la hija de Francisco Franco. ¿Casualidad? Por supuesto que no.
Sin embargo, y a pesar de los halagos de todo tipo, la única prueba que esgrimen ambos autores para demostrar el supuesto linaje aristocrático de Franco se reduce a los pleitos de la hidalguía que ganaron dos antepasados suyos que en la Real Chancillería de Valladolid. Se trataba de Dionisio Bahamonde Taibo y otro Dionisio Salgado Araujo. Ahora ya teníamos una pista por la que tirar: había que escarbar en esos viejos legajos.
Los informes que buscábamos se encontraban archivados en la Sección de Hijosdalgo de la mencionada Chancillería. En concreto se trataba de los legajos 1271-6 y 1315-10 de los años 1737 y 1798 respectivamente. Allí nos llevamos la primera sorpresa de esta larga investigación: en ninguno de ellos figuraba resolución favorable. Es decir, ambos pleiteantes lo habían solicitado, pero no obtuvieron el reconocimiento de nobleza que solicitaron. Los complacientes biógrafos del Generalísimo habían olvidado citar este detalle. De hecho, la lectura atenta de los expedientes subraya que ambos pretendientes pertenecieron al estado llano del pueblo y que, como tales pecheros, siempre estuvieron empadronados en sus villas respectivas. En el caso de Dionisio Bahamonde (aparece como Vaamonde en el legajo, detalle que, como veremos enseguida, es de suma importancia), incluso se añadía el testimonio de todos los vecinos de la villa de Ares (su lugar de residencia), que llegaron a firmar con nombres y apellidos lo siguiente: ''[...> jamás habían estado en la posesión de nobles hijosdalgo; antes bien siempre fueron havidos, tenidos y reputados por el estado llano, y como tales contribuyeron con lo que se les cargó como resulta de los padrones y más documentos que paran en el archivo de esta Villa''.
Definitivamente, no había rastro alguno de sangre aristocrática en el árbol genealógico del dictador. Por otra parte resulta más que dudoso que a finales del siglo XVIII, cuando estaba a punto de desaparecer la Santa Inquisición (fue abolida en 1834) ambos hicieran esa solicitud con tan pocos argumentos a favor. Lo cierto es que parecía haber gato encerrado.
Decidimos buscar en los registros de El Ferrol. El ayuntamiento de la ciudad gallega nos prestó ayuda con completa amabilidad. Nuestra misión, ahora, consistía en dar con los antepasados más antiguos de Francisco Franco que contaran con un registro documental en la ciudad. En total encontramos tres fichas de interés. Una de ellas pertenecía a Nicolás Franco Sánchez, que solicitó información de nobleza en 1794, pero las dos más prometedoras eran las de Jesús Franco de Aponte Abona y José Franco Arriondo. También habían solicitado información acerca de su supuesta nobleza, pero además pidieron una prueba de limpieza de sangre. Este detalle era la clave que andábamos buscando.
Los Estatutos de Limpieza de Sangre se implantaron en todo el territorio español tras la expulsión de los judíos en 1492. Los Reyes Católicos tomaron esta medida tras ver que muchos judíos obligados a practicar el cristianismo sólo aparentaban la conversión. El hecho de mantener su antigua fe en secreto provocaba un escándalo cuando al fin era descubierto, y en aquel tiempo constituía, además, una peligrosa afición. Con el paso del tiempo, los ''cristianos viejos'' recelaron de los conversos y se dictaron leyes antisemitas, entre ellas este tipo de estatutos, un documento oficial que garantizaba quién descendía de un linaje cristiano antiguo, y quién no.
El linaje secreto del Caudillo
En el documento que habíamos encontrado, un montón de papeles arrugados y amarillos por el paso del tiempo, se podía leer ''Legajo 51 del Ayuntamiento de El Ferrol''. Las hojas llevaban estampado un sello real bastante grande que delataba el coste de las tramitaciones: veinte maravedíes le había costado a Jesús Franco de Aponte Abona demostrar documentalmente que ''padres y abuelos, y más ascendientes unos y otros, no han sido castigados ni penitenciados por el Santo Oficio de la Inquisición, ni otro Tribunal, por delito de infamia, manteniéndose y conservándose siempre en su notoria hidalguía de sangre, y posesión, sin mezcla ni resavio de raza de moros, judíos, gafos [leprosos>, ni otra mácula que manchase lo ilustre de mi esclarecida prosapia y generación''.
El documento estaba fechado el 14 de mayo de 1793. La lectura de estos viejos papeles resultó apasionante, y en nuestro viaje al pasado poco a poco comenzamos a descubrir que los vetustos antepasados del Caudillo tenían algo importante que ocultar.
En todos los expedientes figuran testigos que, con su firma, acreditan que los solicitantes no mienten. Era la parte fundamental de todo el proceso. Sin embargo, en uno de los informes, de los cinco testigos, nada menos que dos llevan el apellido Franco: Ramón Franco Méndez y Javier Franco Casanova. Además tienen en común el servir a la Real Armada. De hecho, todos los testigos parecen formar parte del mismo ''clan'', lo que debería invalidar su valor probatorio. No es ésta la única irregularidad. Por ejemplo, el testigo Guillermo Peña, que declara a favor de Nicolás Franco, y Ventura Yanguas, que lo hace por José Franco Arriondo, no saben siquiera qué edad tienen. En el caso de Guillermo, ni siquiera saber firmar el documento. Pero hay más.
Ninguno aporta documentos ni prueba tangible alguna. No ya de parentesco con la alta aristocracia, sino con la simple hidalguía, un estamento muy común en esa época, ya que por entonces contaba con más de 723.000 ''afiliados''. Por carecer, los firmantes incluso carecían de actas de bautismo, cosa muy sorprendente, ya que en aquel tiempo hacía más de cien años que funcionaban los registros eclesiásticos. Además, tampoco son capaces de presentar algún sacerdote que avale su catolicismo, lo cual resulta ya más sospechoso. Laúnica excepción es la de Nicolás Franco Sánchez que, como consta documentalmente, fue bautizado en San Fernando de Esteyro.
Mediante una lectura atenta dimos con algunas circunstancias aún más extrañas y difíciles de explicar. Por ejemplo: ¿cómo es posible que uno de los testigos, José Méndez, a pesar de ser regidor y pertenecer al Colegio de Abogados, según consta en el auto, no sepa su propia edad? O sufría algún tipo de trastorno mental o se estaba produciendo alguna adulteración, se intentaba tapar algo de lo que nadie quería dejar rastro.
La misma ortografía del texto, llena de erratas y defectos ortográficos, delata las prisas con las que alguien trató de dar carpetazo al asunto. La caligrafía variable indica que trabajaron varios escribanos a la vez. Todos los documentos están firmados por un ''presidente'', un tal Josef Benavides. Oscuro personaje, de apellido judío, que encima escribe su nombre en no menos de cinco formas diferentes a lo largo de los distintos expedientes. ¿Por qué? Da la sensación de que el asunto le producía un especial desasosiego.
La verdad es que tras todo este encubrimiento y enredo verificamos que aquellos antepasados del general Franco eran indudablemente de origen judío y alguien quería ''limpiar'' su pasado a toda costa. Hay otro detalle curioso que descubrimos: todos los solicitantes eran solteros, pero se casarían poco después de cursar esas extrañas solicitudes, precisamente con mujeres de familia hidalga. ¿Otra casualidad? Para nada: sin duda la oscura motivación de aquellos viejos legajos procedía de la necesidad de solventar un trámite imprescindible para acceder a una clase social superior, vedada en principio a las gentes de ascendencia judía.
Así pues, apenas quedaban dudas del origen hebreo del Generalísimo, pero había que seguir indagando. Si uno hojea el Manual Enciclopédico Judío de Pablo Link, verá que en la voz ''Franco'' aparece lo siguiente: ''Familia sefardí de poetas, sabios y banqueros. Holanda y Turquía. Siglos XVII y XX''. Por lo tanto el apellido Franco tiene al menos dos orígenes distintos. Por una parte tenemos a los Franco aragoneses, que provienen de un linaje francés, y por otro a los judíos sefarditas que habían adoptado ese nombre. Por cierto, casualmente y casi como una macabra premonición, también había judíos apellidados Franco en el proceso del Santo Niño de La Guardía. Hagamos un inciso para contar esta historia.
Al parecer, en 1942, un tal Benito García de las Mesuras, vecino de La Guardia (Toledo), junto con los judíos conversos Alonso, Lope, García y Juan Franco, personas que por su posición económica tenían mando en el pueblo, martirizaron a un niño secuestrado en Toledo. Según cuenta la tradición, lo crucificaron para parodiar la Pasión de Cristo, y le arrancaron el corazón para hacer, junto con una hostia consagrada, ciertas hechicerías contra los cristianos. La causa de esta barbaridad talmudica era muy simple: uno de estos Franco, siempre según el relato, había asistido en Toledo a un horrible y sanguinario auto de fe. Espantado por el suceso, buscó con su familia la manera de evitar caer en las garras de la temible Inquisición. Para ello buscó a un médico judío llamado Yuza Tazarte, famoso por sus conocimientos en materia de rituales y encantamientos, y fue éste quien le aconsejó la peregrina idea de realizar el ritual descrito, ''pues así lograrían que los inquisidores muriesen de rabia''.
Estos hechos sirvieron a los Reyes Católicos para justificar la expulsión de los judíos. A pesar de que algunos de los modernos historiadores están de acuerdo en tachar de falsos los sucesos del Santo Niño, sí hay un hecho histórico: Los Franco nombrados en el relato existieron de verdad y sufrieron el tormento de la Santa Inquisición. En los pergaminos de la época se puede leer que Juan Franco confesó su culpabilidad bajo tortura y ''fue llevado a quemar al brasero de la Dehesa''. Muchos son los investigadores que ya identificaron a Franco con los judíos del Santo Niño de La Guardia y quedan pocas dudas en sus biógrafos. Ahora bien, ¿cuál fue el origen histórico de los judíos apellidados Franco?
Según el eminente etnógrafo español Julio Caro Baroja: ''Eran en Lisboa barrios judíos aún en el siglo XVII los constituidos por la Franquería y Rúa Nova y, en general, puede decirse que las calles francas y las rúas solían ser partes de las ciudades en que vivían estos y otros elementos, considerados ajenos al resto de la comunidad. De aquí viene el apellido Franco, dado a personas que gozaban de franquicia''. Efectivamente, se trataba del grupo de comerciantes judíos que allá por el siglo X lograban quedar exentos de pagar impuestos por privilegio real. Por eso se les denominaba francos, o sea, libres. En Galicia es famosa la calle del Franco (paralela a la Rua Nova), en Santiago de Compostela, una vía que desemboca en la milenaria catedral y que se ve recorrida por numerosos soportales de piedra en los que antiguamente comerciaban los traficantes, en su mayoría judíos o conversos.
Como es sabido e indicábamos más arriba, tras la expulsión y persecución por los Reyes Católicos de los judíos, éstos adoptaron nombres y apellidos nuevos para evitar el constante acecho al que se veían sometidos. Sin embargo, con los apellidados Franco pasó algo completamente distinto. El nombre significaba una situación social elevada dentro y fuera de la judería, suponía tener libertad de residencia y exención de tributos. Por todo ello, cuando empezaron las persecuciones, los Franco judíos no se cambiaron el nombre. Muy al contrario, lo usaban como pasaporte para llegar a regiones más tranquilas y propicias. La mayor parte de los que se fueron del país acabaron afincándose en Palestina, Salónica, Portugal y los Países Bajos, lugares en los que el apellido Franco es muy frecuente. De hecho, se han encontrado varias lápidas funerarias judías en todas esas zonas, e incluso en la isla de Menorca, con referencias a ese apellido.
Resulta que una de las mejores zonas, tanto para escapar de España como para difuminarse entre la población, era Galicia. La escasa compenetración interracial que existía en el resto de la España medieval no se daba en el norte, donde la convivencia entre judíos y cristianos gallegos era casi ejemplar. Además, como se les había discriminado en casi todas las actividades menos en el comercio, Galicia era un lugar ideal: un puerto de mar abierto a todas las rutas del mundo, un centro de intercambio, riqueza y, en último extremo, una rápida y fácil vía de escape en caso de problemas.
Por si fuera poco lo antedicho, se produce en la época un hecho curioso que demuestra que estos ''judíos francos'' que fueron llegando a Galicia no tenían nada que ver con el linaje de los Francos aragoneses. Y es que estos últimos fueron los que se cambiaron el apellido para no mezclarse ni crear dudas sobre su origen noble. Así, cuando algunos integrantes de la estirpe de Aragón se establecieron en otras partes de España, por ejemplo en Castilla, añadieron una ''s'' final a su apellido, convirtiéndose en ''Francos''. Lo mismo hicieron en otras zonas, donde a veces ponían la partícula ''de'' antes del apellido, pasando a llamarse ''De Franco''. Todo con tal de diferenciarse de los Franco de ascendencia judía.
Con todos estos datos el sentido común nos decía que la familia del general Franco inevitablemente procedía de estos judíos afincados siglos atrás en Galicia, a donde llegaron para escapar de las asechanzas del Santo Oficio. Ahora bien, ¿cómo probarlo? Seguramente iba a ser imposible encontrar al fundador de la saga familiar... o quizás no. Una pista al respecto nos la dio el estudioso gallego Benito Vicetto, en el tomo V de su Historia de Galicia. En el voluminoso libro se menciona un antiguo pergamino, fechado en la ''era de 1244 tertio Idus Februarii'', en el que salen a relucir los nombres de varias familias judías en Lugo que tienen permiso real para comerciar libremente. Sorprendentemente, el apellido Franco constaba en la antigua lista.
Era complicado, por no decir imposible, pero había que intentarlo. Nuestras primeras pesquisas las dimos en el Archivo Histórico Nacional de Madrid pero no encontramos nada, por lo que los profesionales del Archivo nos recomendaron consultar directamente en la catedral de Lugo. Después de algunas indagaciones y de contar con la inestimable ayuda del tenaz investigador Marcelino Requejo, descubrimos que el archivo en cuestión había estado allí, pero probablemente se lo habían llevado los franceses durante la invasión napoleónica. Además, Marcelino nos indicó que la fecha del pergamino era de 13 de febrero de 1207. Así figuraba en el registro catedralicio.
Ese dato escondía la clave: ocho siglos nos separan de la escritura de ese antiguo manuscrito, una suténtica joya del siglo XIII. Firmado en Lugo por Pedro Pérez, notario del rey, es una cesión o franquicia comercial que el rey otorgaba a través del obispo de Lugo a determinadas familias de la zona. En el texto se puede leer, entre otras cosas: ''...e demais, paguen a vos, ou vosos sucesores mil maravedises. Estes son os nomes daquelles que faceren o menage''. El menage era una forma de transacción comercial de la época que aludía claramente a familias judías. A continuación el texto da una relación exhaustiva de más de treinta familias que deben beneficiarse de ese menage, y entre los nombres, el premio: ''Thome Sallomon e Franquino y fillos de Joan Franco''. Los hijos de un tal Juan Franco.
Habíamos llegado al final de la investigación y podemos casi afirmar que era imposible continuar indagando. Con los datos disponibles podemos afirmar que en 1207 existían ya en Galicia judíos apellidados Franco con derecho a comerciar y con protección real. Joan Franco con certeza fue el fundador de la dinastía Franco en Galicia.
La historia no acaba aquí. Bahamonde es el segundo apellido del Generalísimo, y este nombre tampoco está libre de anécdotas. Cinco años después de la muerte del Caudillo, su hermana Pilar publicó unas memorias (Nosotros los Franco) en las que tocaba el tema de su origen: ''Nuestra familia estaba muy orgullosa de tener posiblemente ascendencia árabe. Parece ser que descendemos de una princesa árabe que se llamaba Miriam. [...> Cuando estábamos tan empeñados con esta leyenda de la princesa, que creíamos que era la historia de la familia, un día un conocido mío que tiene un hermano que posee el mejor registro de la nobleza gallega me dijo que según documentos perfectamente comprobados la princesa Miriam no era árabe, sino inglesa. Con lo cual no tenéis sangre mora, sino más bien británica''. Ante la documentación obtenida refutamos esta historia y además aportaremos el dato de que Miriam es precisamente un nombre judío.
Esta explicación del origen de los Bahamonde no es más que fantasía y leyenda. Todos los registros demuestran que el apellido procede de la antigua jurisdicción de la provincia de Lugo denominada Vaamonde, cuyo nombre tomaron los iniciadores del linaje transformándolo primero en Baamonde y luego en Bahamonde. por cierto, éste era un modus operandi típico de los judíos conversos: cambiarse los nombres hebreos por el del lugar en el que vivían.
Otro dato interesante es que el segundo antepasado más antiguo de la saga (hijo de los iniciadores del clan Bahamonde) era Fernando Álvarez de Bahamonde, un personaje que prescindió del apellido paterno y tomó el de su madre, indefectiblemente para ocultar el origen del padre, seguramente judío converso, a juzgar por su apellido: Méndez (un nombre de indudable origen sefardí, según los antiguos registros).
Uno de los investigadores que más ha indagado en el pasado genealógico de la familia Franco es Miguel Figueras Valles. Sus conclusiones son aplastantes: ''Dando una rápida ojeada al árbol genealógico familiar cabe señalar que en Nicolás Franco [se refiere al padre del dictador>, como mínimo, se fundían seis linajes distintos de judíos conversos, a saber: Franco, Salgado, León, Andrade, Pérez y Gómez [todos ellos aparecen en el Libro Verde de Aragón citado anteriormente>. Además por su matrimonio con Pilar Bahamonde Pardo [la madre de Franco>, añadía el padre de el caudillo a su herencia un mínimo de cinco linajes más de judíos conversos, a saber: Bahamonde, Pardo, Castro, Andrade y Pereira. O sea, el cómputo total resultante convierte a su hijo, Francisco Franco Bahamonde, en el vértice genético de un mínimo de once progenies judías de cristianos nuevos. ¡Todo un número cabalístico! Nos cabe preguntar ahora si el futuro Caudillo era consciente de esa particular herencia''.
Vistos todos estos datos, lo más probable es que el ''abanderado de la cruzada Nacional cristiana, y salvador de la patria'' tuviera serios problemas para hablar de su origen en público. Y seguramente algún que otro disgusto o contradicción interna tuvo que sufrir cuando en 1946 se descubrieron unos documentos (perdidos en 1519 y conocidos como Pleitos de los Cepedas), en los que se aseguraba que santa Teresa de Jesús y su familia también descendían de judíos conversos. Los pergaminos demostraban que su abuelo Juan Sánchez, reconciliado con la Inquisición después de haber sido obligado a vestir el infamante sambenito por sospechoso de judaizante, compró una carta de la nobleza falsa. De este modo, el arquetipo femenino de Franco, la santa que había sido glorificada por el régimen como la ''Santa de la Raza'' y ejemplo de pureza cristiana, se caía también de su pedestal. Mientras Franco dormía junto a la mano de santa Teresa en El Pardo, y paseaba su cuerpo incorrupto por media España en los años sesenta, se hacía un esfuerzo gigantesco para mantener ocultos esos antiguos documentos. Muchos quebraderos de cabeza debieron de generar esos legajos para que finalmente alguien los robara en los años setenta del Archivo de Valladolid. No reaparecieron hasta el verano de 1986.